La destrucción del hábitat se presenta de manera particularmente evidente en una de las comunidades de plantas más notables del mundo: en el sur de África.
En Ciudad del Cabo, Sudáfrica, antes se encontraban 5.500 especies de plantas - más que en los bosques tropicales de América del Sur. Muchas veces se trataba de plantas que no se encontraban en ningún otro lugar del mundo, y algunas de ellas existían solamente en un área del tamaño de un campo de fútbol.
Un 40% de esta vegetación - y con ella otras especies que se habían especializado al hábitat de estas plantas - ha sido destruido debido al desarrollo de la agricultura y el urbanismo.
Pero no solamente las plantas y los animales se ven afectados por la destrucción del hábitat – también nosotros, los seres humanos, pues no somos inmunes a ella. Así lo demuestra la historia de la tribu de los Anasazi, que vivieron hace muchos siglos en el Cañón del Chaco, en los Estados Unidos.
Cuando éstos llegaron, la barranca estaba cubierta de bosques frondosos y fértiles. En curso de 300 años ellos deforestaron el bosque poco a poco, de manera que el nivel del agua subterránea bajó. Algunas sequías consecutivas agravaron la escasez de agua y los Anasazi tuvieron que abandonar el Cañón, que había sido tan fértil un tiempo.
Historias similares se repitieron en Mesopotamia, la Isla de Pascua, el Angkor Wat, el valle del Indo, la antigua Grecia, Zimbabwe, el valle del Mississippi…